El
tiempo pasó como una estrella fugaz, aún me cuesta creer como crecí tan de prisa,
y ahora recuerdo cuando un día estaba en el corral jugando con mi hermano,
compartiendo muchas aventuras juntos, era tan solo una polluela de pavo real. Fue
un 5 de junio del año 2000, el sol ya se había dormido y el viento soplaba y
resoplaba haciendo estremecer a lo que se atravesaba por su camino, de pronto sonó
crack, crack, crack, el sonido cada vez era más intenso y dentro de él se escuchó
un suave gluglutear, por fin pude romper el cascarón, mi madre muy contenta me
cubrió con sus coloridas alas y dio abrigo a mi desplumado cuerpo.
Mis
padres eran como un libro abierto, cada día que pasaba me enseñaban nuevas cosas,
pero siempre me hacían ver que en la vida hay triunfos y fracasos, con su ayuda
y la de mi entorno familiar descubría los talentos que la benevolencia del
altísimo había derramado en mi ser. Las cortinas de la vida se abrían ante una
mirada inquieta y esperanzadora, ahí encontré que la preciosa música compenetrada
con mi mente y mi cuerpo, hacia surgir suaves y delicados movimientos que me
daban satisfacción y que se convertían ya en una nueva expresión.
Desde
muy pequeña era una pavita muy coqueta, estudiosa, educada y súper confiada, no
concebía la idea de que en el mundo exista corazones que se hacen negros por no
vivir plenamente iluminados por el gran amor, es así que ya descubriendo el
presente prometedor, dejando atrás la niñez conocí algunos zorros, lobos y
serpientes que vivían equivocados, cuya rabia, frustración y egoísmo lo
dirigieron hacia mis preciosas alas, aquellas que tenían vigor para aletear,
consiguiendo dejar en pequeños pedazos regados por el suelo gran parte de
ellas. Pero no todo estaba acabado, surgían los salva vidas, mis padres y mi familia
que lograron reconstruir mis alas uniendo uno a uno, cada pedazo con mucho amor.
En
el camino recto pero pedregoso, un haz de luz iluminó la vida de mi familia y
un fuerte pero dulce cascarón se destapó un 30 de enero del 2006, mostrando el
frágil cuerpo de un polluelo de pavo real; la felicidad embargó mi corazón
agradecido por el regalo de mi hermanito. La vida tomaba otro sentido, el verde
campo se adornaba con la presencia multicolor del tierno pavito, que con sus
travesuras, ternura y candidez tornó los días grises, en días llenos de color.
Aquella
preciosa vida es un gran compañero, un gran aliado que a su corta edad me
demuestra a cada instante, que la humildad y la fe deben ir siempre de la mano,
que la alegría debe vencer a la tristeza y que en el medio del desierto siempre
hay un oasis.
Hubo días llenos de anhelos, en los que el
sol emergía en las colinas y me invitaba a recorrer tramos nuevos, que en el
verdor del campo mis ojos empezaban a notar el rocío, hubo experiencias
maravillosas que me hicieron ver que las heridas de mis alas iban
desapareciendo y ellas aprendían a extenderse para mostrar su hermosura a tan noble e incomparable creación.
Amaneceres y ocasos también fueron testigos de lágrimas que rodaban por mi
rostro, que tomaban forma para lanzarse a ejecutar el salto de la victoria, sé
que no fueron en vano pues liberaban mi alma, me hacían notar mi fragilidad, las
ganas de querer hacerme fuerte y disfrutar de aquel encantador paraíso que hoy
sí podía contemplar.
Ya
en el primor de la vida, en el dulce despertar hacia un nuevo horizonte se atravesó
él, mostrando su glamour aristócrata, su mirada seductora y cautivadora, elevando
su cola como una corona que se asemejaba a un disco solar; ese instante fue
para mí un emblema de distintos dioses y al acercarme pude escuchar los
apresurados latidos de su corazón de oro.
Que
giro tan deslumbrante realizó alrededor mío y yo anonadada por esa expresión le
miré a los ojos e incliné mi cuerpo saludándole con una delicada veña, él me
invitó a incorporarme haciendo un suave meneo y yo muy coqueta abandoné mi
posición invitándole a seguir el paso elegante que acababa de surgir como
respuesta a tan noble cortejo.
Aquel
paso gallardo acompañada de la mirada penetrante se engalanaban de los mágicos
colores de las misteriosas plumas de su cola real, mientras la pavita moviendo
sus alas extendía suavemente su preciosa cola para que rodeada del multicolor
inicien la majestuosa coreografía que al ser contemplada por los demás de la
especie es aplaudida por los sonidos guturales más agudos y delicados; el
galardón merecido a la exitosa pareja de baile le da la vida y la coloca en la
cúspide en señal de triunfo, hoy por fin ella puede decir la ganancia es mía,
porque así lo ha querido mi salvador que hizo colorida esta vida.
Fueron
testigos de mi bello espectáculo los granjeros que exhaustos por la ovaciones
se incorporaron a descansar surgiendo en ellos la idea de trasladar esos
movimientos a sus largos cuerpos. Días más tarde sobre el eno regado, observé
atónita como nuestros pasos eran marcados por aquellas largas piernas y los
movimientos de mis preciosas alas eran imitados cuando ella extendía sus brazos
y sus manos sujetaban una vistosa falda que se movía y ondeaba con seducción y
por si esto fuera poco entre los dedos llevaba un pañuelo que adornaba su tan
refinado vestuario. En cambio él, vestía un traje del color de la noche, llevaba
también un pañuelo entre los dedos el cual volaba suave como un vaivén, los
pies se cubrían con unos tacones alargados que cuando te acercabas a ellos
podías ver tu reflejo y en la cabeza tenía un sombrero el cual movía de un lado
a otro.
Los
granjeros cada tarde iban perfeccionando sus movimientos, ella le mostraba las
perlas de su boca y él muy pícaro demostrando su agilidad le seguía, logrando cautivar
la dulzura de sus labios con un sublime beso, ella muy audaz le traía
cacheteando las banquetas, dándole desplantes que mostraban su orgullo
femenino, mientras que el caballero imponía todo su galanteo para completar un
coloquio amoroso con pañuelo en mano. Yo encantada por el ritmo de la melodía
que hacía estremecer mi corazón les acompañaba a disfrutar de tan airoso baile,
hasta que alcanzaba su punto más intenso en el final, cuando la mujer cede a la
cortesía del hombre y este se rinde a sus pies. ¡Es el mejor baile que he
podido ver!.
En
medio de las delicias artísticas, nacieron mis dos polluelos, juguetones y
perspicaces que ondeaban sus frágiles cuerpecitos al ritmo de éste precioso
baile: marinera. Los días pasaron velozmente, a la velocidad de un cohete y fue
entonces que el padre de mis gemelos y yo pudimos apreciar el cortejo que el
galán ofrecía a una hermosa pavita, sin embargo nuestra hija no se quedaba
atrás, con la beldad que le habían dado los dioses pudo atraer a un pavito muy
ladino. Su padre y yo sabíamos que era la hora de que alcen el vuelo, les
dejaríamos rienda suelta pero siempre su recuerdo estaría presente en nuestra
mente y corazón.
Comentarios
Publicar un comentario